Puede que nuestra característica más acusada fuese el entusiasmo con que nos enfrentábamos a lo aparentemente imposible.
A nuestro alrededor, todo eran ruinas, escepticismo y legislación provisional para situaciones de emergencia.
Es posible que en semejante situación haya sido decisivo el hecho de que la compartíamos todos. Incluso los que ya se estaban haciendo ricos con los restos de la catástrofe. Siempre hay gente así, tan avisada y sagaz que de entre los restos de cualquier naufragio es capaz de seleccionar lo que puede producirle una ganancia, y algunos, a esa capacidad, unen la indiferencia suficiente para arrancar de los que quedaron las migajas del fondo del zurrón, para emprender el negocio de la recuperación propia.
La humanidad ha sobrevivido de ese modo a multitud de dificultades críticas y creo que así ocurrirá de nuevo en esta ocasión, ahora mismo, cuando dicen que nuestra economía corre el riesgo de atascarse y nuestro grupo social el de asfixiarse, habrá quien se esté beneficiando y poniendo los cimientos de su futuro.
En el que, en su día, se moverá como pez en el agua, exhibiendo lo que ya entonces describirá como habilidad para sobrevivir.
Cuando aquello, se inventaban modos y maneras de llegar al mes, a la semana, por lo menos al día siguiente, porque el día siguiente podía ser el primero de una improbable nueva sociedad, que a pesar de todo, entre todos, creamos, organizamos, desarrollamos y consolidamos. Nunca más, nos decíamos, volverá a ocurrir. Nuestros hijos tendrán, nos cueste lo que nos cueste, todo cuanto las circunstancias nos negaron a nosotros.
Nos engañábamos, sin querer, a nosotros mismos. No solo fueron las circunstancias, sino también y sobre todo, otros enredados entre sus circunstancias, como nosotros entre las nuestras.
Así los malcriamos y los engañamos, como bien dice Jon Juaristi a otro respecto, y les hicimos que creer que el mundo era Jauja, que estábamos a punto de regresar a un Edén que los menos optimistas llamaban “Estado del Bienestar”.
Este es el resultado.
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