Paso sobre las brasas del pan de cada día, como un amigo que tuve, que lo hacía sobre las de la hoguera del Señor San Juan, en Pedro Manrique, pueblo con nombre de persona de la provincia de Soria, la fría y pura cabeza de Extremadura de don Antonio Machado.
Ordalía, creo, frecuente durante el medievo. Pasas sin truco, siempre con el riesgo de la súbita quemazón inesperada de no haber colocado bien, creo que es plano, el pie. Lo único es que la mayoría pasamos sin saber que el fuego está aún, o estuvo encendido, y de repente, como casi siempre somos culpables de algo, la ordalía falla, la prueba da negativo, y así con los días de tristeza, cuando se va encogiendo el alma, como la piel de zapa famosa. El alma, cuando se encoge, aprieta el corazón.
Mundo afuera, los griegos, queriendo o sin querer, replantean, de la mano de su presidente Papandreu, hágase o no el referendum ése de que tanto se habla y más se teme, la cuestión de dónde está el límite de lo que puede o no debatirse y votarse de manera legítima. Subrayo que no dije legal, sino legítima. Sólo, pienso, es legítimo votar cuando lo que se somete a criterio de los votantes es algo opinable. No lo es cuando la cosa o el concepto son o no son, por esencia y naturaleza, sin que una eventual mayoría de criterios pueda mudarlos. Por ejemplo fácil: ahora mismo es de día, opine lo que opine la mayoría de cualquier cuerpo de votantes.
Aumentan, es un pésimo síntoma, los parados. Sería importante para el futuro, tanto inmediato como lejano imaginable, que todos los que quisieran hacerlo, pudiesen ponerse inmediatamente a trabajar.
Y posiblemente habría que restablecer la familia agnaticia o favorecer de algún modo la convivencia de agrupaciones familiares extensas o de varias familias, para una racional distribución de labores que permitiesen una vida hogareña incluso cuando marido y mujer trabajen, o lo hagan ellos o alguno y algún pariente, o alguno o varios hijos. Pienso que el hogar es un refugio importante, un lugar de encuentra, una preparación indispensable para la convivencia social. Incluso un cierto número soportable de parados podría reabsorberse en un hogar concebido urbanísticamente con la capacidad necesaria y el entorno adecuado.
Hay que inventar, imaginar. Nada va ser igual, cuando salgamos de este caótico rebelarse de empresas y establecimientos bancarios contra la realidad de las cosas, fingiendo arquitecturas financieras o recortando de aquí y de allá sus escaseces operacionales.
Todo un mundo que reinventar, con sus claves, sus claroscuros, la luz y las sombras correspondientes. ¡Qué pena, ser viejo!
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