Presento la música de Pedro Blanco, que, oriundo de Astorga, nacido en León, tío abuelo mío, hijo de director de banda de música, concertista de piano y compositor, murió en la treintena, allá por 1919, de la “gripe española”, cuando había emigrado a Portugal, donde se casó, tuvo dos hijos y un montón de nieto que ya no conoció. Su música permaneció olvidada hasta que unos cuantos aficionados y estudiosos, rebuscaron, hallaron y ahora publican una obra interesante, inspirada y que hace suponer que de haber vivido más tiempo, éste ya por lo hecho notable autor podría haber llegado a ser aún más extraordinario músico de lo que ya fue con tan pocos años. Mi abuelo, su hermano, que había tocado el violín en su juventud, jamás volvió a hacerlo, que yo sepa, en su vida.
Sobre una de sus mazurcas, leo un poema mío, admirado, que interpreta el sentimiento que el autor me sugiere con esta obra concreta que llamó “mazurca triste”. Se advierte una placentera nostalgia, la nostalgia es el atardecer de la esperanza de volver. Ya adivinas que será imposible y lo que fue ilusión se dora como el borde de las hojas de los árboles del paseo. Un especial recuerdo de los falsos plátanos, arces, de uno de los paseos del jardín de mis tíos abuelos indianos, donde cuando era niño supuse yo parecido con el jardín del Edén, el umbral del mundo feérico o por lo menos un mundo susceptible de convertirse alternativamente en el bosque de Sherwood o en la Isla del tesoro o tal vez el mundo en que Mowgli jugaba con Baloo y Baghera. En otoño era una delicia ir pisando aquellas enormes hojas palmeadas, secas y crujientes. Ahora, hasta Peter Pan ha crecido.
Después la vuelta a casa, bajo las primeras lluvias de este hermoso otoño que el buen padre Dios nos regala este año y la apacible discusión con mi mujer acerca de la conveniencia o no de que los ancianitos comamos lentejas. No encuentro qué oponer a lo de que las lentejas son comida de viejas. ¿O sí? ¿O está ahí la solución de mis pesares, dado que el refrán claramente dice “viejas”, pero no “viejos”? Mira tú por dónde … Ya lo decían los clásicos: en los refranes se contiene la sabiduría popular, pacientemente acumulada a lo largo de años de estalactitas, gotas de conocimiento adquirido con sangres y sudores. Lo único malo que cada refrán tiene su antagónico. Si ya lo digo yo siempre: esta vida, un laberinto.
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