De buena gana, le diría que siendo como es su sonrisa, luminosa, no debería permitir que la empañe la seriedad con que pasa hoy, ensimismada, calle abajo, que diría el otro Machado que “camino de cualquier parte”.
Siempre me ha impresionado esa copla, que dice que:
“Tu calle ya no es tu calle,
que es una calle cualquiera,
camino de cualquier parte.”
La leo y es como uno de esos cuadros, o una fotografía, en que se ve un sendero, una calle, un camino, anónimos, sin nombre ni señales, que dobla y desaparece más allá del marco, o, simple y sencillamente, dentro del paisaje, más allá de una esquina, un recodo, que podrían llevar también “a cualquier parte”.
Hablar de una parte cualquiera se abre a la imaginación como haber descubierto un nuevo continente. Y saberlo, claro. Colón, hay quien dice que cuando desembarcó en su primera isla no sabía a dónde había llegado ni que aquella era una tierra, un continente nuevo que añadir al futuro.
Por cierto, para mucho de los que allí habían vivido hasta entonces, fue una especie de fin del mundo. Algo como lo que sería para nosotros la llegada de esos alienígenas en busca de que nos desojamos escrutando las profundidades del Universo.
Hay gente, incluso personas concretas y determinadas, a quienes recuerdas, sin saber por qué con una expresión habitualmente alegre, y entristece advertir de pronto un día que o se han dejado la sonrisa en casa o la perdieron en alguna encrucijada anterior. Es como un otoño sobre otro otoño.
La ventaja consiste en que la memoria sea motor de la imaginación y ya haya empezado a empujarnos a pensar que mañana será otro día y que como todos los que el futuro trae en su zurrón, podría ser lo que Priestley llamaba un “día radiante”.
Para serlo, a cualquier día, le puede bastar una sonrisa, una palabra o un silencioso sosiego.
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