No estoy de acuerdo con los censores, émulos de Catón, que pretenden mandar a la cárcel, poco menos que sin proceso, a los políticos fracasados, a los políticos que lo hayan hecho mal. A los políticos, llega a decir alguno de estos extremistas, responsables de nuestros males.
Dudo que haya un político o un grupo concreto de políticos, tomados en ramillete de uno o de varios partidos, a quienes se pueda hacer exclusivos responsables de lo que nos pasa. E incluso cuando uno o algunos realmente lo hayan podido ser, no creo que hayan hecho aquello en que hayan podido errar u omitido aquello en que hubiesen podido acertar, con el deliberado propósito de traernos a este lodazal.
Llenarían, estos caballeros sin tacha, las cárceles hasta los topes, y después ¿dónde, caso de resultar procedente, habría que encerrarlos a ellos? Hace muchos, muchos años, hubo imperio que desterraba a sus convictos a una isla lejana, pero ya no hay islas lejanas, ni islotes que no estén en un mapa repasado cada día por no sé cuántos cientos de ojos de satélite, capaces de diferenciarnos y señalarnos con una cruz para que el dedo justiciero nos mande un misil que lleve escrito el número de nuestro carnet de identidad o el del permiso de conducir.
Ya no quedan islas en que refugiarse los amotinados de la Bounty.
De cualquier modo y habida cuenta de que ni la política ni la economía son ciencias exactas y de que lo normal y habitual es que quien llega a sus puestos de responsabilidad, incluso por puro amor propio y legítimo afán de prestigio personal, haga cuando sepa y pueda para acertar, tanto en provecho propio como en el ajeno, sin perjuicio de la procedencia de sustituir cuanto antes a quienes en el empeño se revelen como incapaces, no debe olvidarse nunca que la presunción debe ser de que usaron de buena fe y con toda su capacidad para intentar hacer bien las cosas.
Precisamente por eso hay que relevar y sustituir cuanto antes a los que no pueden, no saben o no valen. No sea que su incapacidad los lleve a hacer, por mucha que sea su buena fe y encomiable que sea su buena voluntad, los previsibles disparates con que quienes no saben tratan de remendar sus carencias.
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