Lo que me quedaba por leer se ha escrito ya y a trancas y barrancas, que ahora son las hormigas del hormiguero televisivo, me entero de que hay quien piensa y escribe todavía que la “derecha conservadora” es culpable de nuestros duelos y quebrantos actuales.
Por lo visto, lo dijo Papandreu mientras bajaba meditabundo la escalinata del poder griego, que les habrán, digo yo, dado escalofríos a los estadistas inventores de todas las democracias posibles. Polibio, entre otros, ya describía, en su Historia, lo que iba a ser la política de hogaño y cuáles sus probables meandros. Pienso que acertó.
Llama poderosamente la atención de cualquiera esa adjetivación menospreciativa de la derecha, que es casi siempre “derecha conservadora”, con la que, sin embargo, el que la aplica da a entender que hay otra derecha, al parecer sólo imaginable, dado que nunca se nos informa de por dónde anda y quiénes militan en ella.
Nos andamos todavía por los campamentos de hace dos siglos, tratando, a falta de signos y señales mejores, para identificarnos y despreciarnos, de los que caracterizaron a las gentes de entonces, y pretendemos sin el menor éxito por cierto, evitar el hecho incontrovertible de que muchos de los postulados y la mayor parte de las pretensiones que enfrentaron a los de la derecha con los de la izquierda se han convertido en convicciones, pretensiones y derechos defendidos como derechos o establecidos como obligaciones humanas de todo el abanico sociopolítico y socioeconómico.
Ya hay, por eso, izquierda conservadora y derecha progresista, a la vez que hay derecha en efecto conservadora e izquierda progresista. Y se ha descubierto hace mucho que ni procede ser exclusivamente lo uno o lo otro, so pena respectiva de empecinarse en que todo sea nuevo o todo sea antiguo, cuando, como suele ocurrir, el equilibrio entre lo que vale la pena conservar y lo que inexcusablemente hay que recibir y asimilar es lo que permite seguir su camino a la caravana humana, dinámica por esencia.
Ni la derecha ni la izquierda tienen culpa exclusiva de cuanto nos aflige, ni una ni otra están exentas de sendas cuotas de responsabilidad. Y cada vez que un supuesto prohombre de una u otra insignia se pronuncia y trata de endosar las dificultades a su vecino, se pierde el tiempo leyéndolo, un tiempo precioso y necesario sin la menor duda para arrimar ambos hombros y empujar hacia la salida
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