Mes y poco más arriba, será, Dios mediante, Navidad, y en seguida, dos meses más allá, más o menos, reventará la mimosa y anunciará una primavera que es nada más que aquella lucecita que más que ver, se adivina más allá, todavía, del horizonte.
Los viejos, con optimismo, podemos hacer planes y cábalas cada vez menos lejos en un futuro cada vez más incierto. Sin optimismo, no puedo asegurar, puesto que soy radicalmente optimista, pero supongo que se morirá uno de miedo, yendo como vamos en la parta de afuera de la caravana, del lado del precipicio.
Pero sí sabemos que habrá Navidad, llegará la eclosión de la mimosa y hasta vendrán verano y vacaciones de la multitud. Y habrá hermosa gente para disfrutar de todo ello, estemos o no presentes nosotros. Por eso y tal vez para de algún modo celebrarlo, enciendo la música y dejo fluir como un torrente en el aire de mi entorno esa voz que canta y se desliza sobre la melodía.
Y esta herramienta maravillosa, casi milagrosa, que es un ordenador cada vez más potente, cada vez más capaz, cada vez más solícito, me permite que a la vez escriba, con la cabeza pletórica de música, como si este momento ya casi ido fuera a ser interminable en su luminosidad.
Sobre la mesa, ahí al lado, se encargan las letras gordas de los titulares del periódico de recordarme que sigue hirviendo esta sociedad crispada de las prisas y las desorientaciones.
Como las elecciones están todavía más cerca que la Navidad y la mimosa, se desgañitan los candidatos e insisten en su propósito de convencernos, a mí y a otros muchos, de que quienes no tuvieron ideas durante tantos lustros, ahora, de pronto, por arte de magia, van a tener tantas y las van a desarrollar con tanto acierto que todos seremos felices si confiamos en ellos y les añadimos nuestro voto.
Supongo que es posible que alguno de ellos hasta se lo crea. La mente humana es insondable.
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