lunes, 7 de noviembre de 2011

La vieja quimera del regionalismo, que si es esto o es lo otro nadie puede asegurarlo, manoseado idealmente como ha sido el término por radicales separatistas y modestos regionalistas descentralizadores, pasando por la confusa maraña del federalismo y una porción más de ensayistas, que los hay de buena fe, es decir, que pretenden no pasar de su particular utopía y los hay de la mala para mi consistente en enmascarar propósitos para esconder eventuales desarrollos de propósitos más radicales, ya sean centrífugos, ya centrípetos.

Es un asunto al que le tenemos miedo todos.

Nos deja, caso de plantearlo con la debida seriedad, en la palomera de las incertidumbres.

Al hombre, consciente o no de la dimensión política que tiene nuestra esencia personal, derivada de la condición inevitable de que seamos inexorablemente sociales, le asusta la incertidumbre. De ahí el miedo a la libertad, que Frisch ha estudiado a fondo con tanto acierto. La libertad responsabiliza. Hace muchos, ya muchísimos años, dijo Thomas Jefferson aquello que cito en mi otra entrada de que “los errores de opinión son tolerables allí donde la razón es libre para combatirlos”.

Más gente lo ha dicho y repetido sin cesar a lo largo de la historia.

Lo que no es lícito es usar de mañas y argucias para tratar de atraer a los demás a nuestro mundo feliz más o menos huxleyano.

¿Quién hay capaz? Muy pocos. Se toma el rábano por las hojas de la pereza mental. Se apoya uno en supuestas verdades incontrovertibles taraceadas en la razón propia por convicciones propias o ajenas, incluidas tradiciones familiares y ese afán restauratorio de lo que había o de lao que más o menos supuestamente hubo.

Es difícil de lograr, pero inimaginablemente deseable el equilibrio a que podría llevarnos, con extraordinarios resultados, la toma en consideración de cuanto se ha ido incorporando a nuestra cultura, despojándolo de formas residuales caducas, pero también de disparatadas fórmulas sin asomo de fundamento.

Los filósofos, enfrascados y ensimismados entre el humo, el ruido y la furia de los dos últimos siglos, deberían ponerse a pensar, dimensionar y definir al hombre del siglo que viene, reincorporar a la razón la a veces sinrazón religiosa y reconstruir el hombre sin duda llamado a sobrevivir a todo esto que está pasando, con tanto hombrecillo insuficiente empeñado en defender hórreos vacíos, habiendo como hay tanto territorio, material y moral, como poblar, reconstruir, usar en provecho de la nueva sociedad, más allá de esta frontera en que dudamos.

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