Se encogen o se estiran las noticias, como la tripa de Jorge, según conviene y la capacidad de que disponen los agraciados o los heridos por la buena o la infausta nueva de que se trate. Y tú ves la primicia, en letra gorda y subrayada de la portada de un diario cualquiera, según cual sea la noticia y la tendencia o la categoría del o de los afectados, y al día siguiente se producen la eclosión o el difuminado de todos aquello que podría haber sido y no fue.
Es a la vez lamentable y divertido. Es ésta una sociedad que vive en un caserón de cristal, a través de cuyas paredes y tabiques entra, sale, captura y delata la tecnología, pero vienen el primo que ha hecho famoso el anuncio del zumo y el tío Paco proverbial de las rebajas y es como si muchos tuviesen un especial jalbegue con que taponar aquí y allá, que siempre hubo rotos para los descosidos y remiendos para sietes y demás desgarraduras.
Lo que sí que las mayorías se apartan de cada apestado por la sospecha. Las sospechas son como las vísperas de las fiestas, que siempre las exceden y sobrepasan en dimensión. Yo, al menos, cuando cada fiesta se hacía inminente, me la imaginaba mucho mejor de lo que luego resultaba. Y quién que haya sido joven no recuerda la afligida descripción del “fracaso de los trasnochadores” con que solíamos llorar entre los cascotes de cada resaca la fallida ilusión de cada proyecto de noche de juerga, derivadas casi siempre a paseos insomnes con el único consuelo de las libaciones de cada capilla nocturna.
Me advierto a mí mismo la imprescindible necesidad de que nos civilicemos. Al quitarnos el sombrero y las corbatas, los guantes y los botines, nos hemos despojado de los rudimentos de urbanidad y ha dejado de preocuparnos el orden de utilización de los cubiertos del banquete a que nos invitaron. Y como han hecho cuanto han podido, no sé quién, esos misterioso “ellos” cuyo destino implacable es liberarnos a “nosotros” de responsabilidad, por derogar los principios culturales vigentes y no los han sustituido por otros, aquí estamos, sin respetar ni lo sustantivo ni lo formal.
Y me digo que no fueron “ellos”, sino que lo consentimos entre todos, dando por bueno que nos diesen impunemente gato por liebre y además lo hiciesen sin respetar siquiera las formas, los modos y modales. Y por eso a todos nos incumbe tratar de sustituir los que había por una ética universal y sus consecuencias formales. Porque es demasiado fácil regresar a la barbarie. Uno se deja deslizar y para cuando va a darse cuenta ya va a media ladera y a velocidad progresiva, camino del regreso a la selvática realidad de lo primario. Considero demasiado delgada, frágil, vulnerable, la capa de civilización que nos protege como para andarse con probaturas.
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