martes, 22 de noviembre de 2011

Kipling llamaba espíritu del regimiento a ese vínculo que asocia y vincula a quienes formaron parte de una empresa común bajo determinados símbolos unitarios. En su caso, deslumbrado por la dorada época victoriana del imperio de su patria, el regimiento era de verdad, armas y bagajes incluidos y por lo general con experiencia de haber permanecido en India, desmesurado laberinto de tierras y de gentes, misterios y leyendas, religiones y profundidades místicas.

Llevar la corbata, la beca, la insignia del colegio, el partido, el equipo, la asociación, la empresa, de algún modo nos salva del miedo a la soledad, que no es sino manifestación del miedo a la libertad que nos caracteriza a los humanos.

No somos, con esa marca, un árbol solitario, víctima probable y propicia de todos los vientos, sino bosque frondoso, parte de algo inmenso, legendario, con caminos y sueños, profundidades y claros.

Un árbol, pensamos, puede morir, un bosque, en cambio, se renueva y reconvierte una y otra vez en mundo lleno de posibilidades para diferentes criaturas que en él conviven y lo pueblan.

Un bosque es la imagen de la vida. Incluso puede crecer y extenderse. Si no hubiese tala posible, ni incendio, un bosque podría ser imagen de lo que fue paraíso.

Cuando niños a que casi siempre hay alguien que cuente o que lea cuentos, cuando alguien, desde Pulgarcito hasta la Bella Durmiente, se adentra en “lo más profundo del bosque”, que es donde está siempre o lo más horrible o el colmo de las maravillas, nos imaginamos siempre bosques enormes, desmesurados, un poco mayores incluso que la selva del Amazonas o que el mayor de los desiertos.

Alguien dijo también alguna vez que hubo un tiempo, ya casi olvidado, en que un mono podría atravesar Hispania, el país del Lucero Vespertino, desde el norte hasta el sur, sin bajarse de los árboles.

Ya no hay tal bosque. Innumerables regimientos, más o menos regulares, los fueron talando, destruyendo, quemando.

Subsiste, sin embargo ese instinto que nos sujeta al equipo, la asociación, el colegio. “Todo el mundo lo hace” –nos disculpamos tal vez con excesiva frecuencia-, cuando alguien o nosotros mismos nos censura o nos recriminamos.

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