Remato el domingo con un tedioso paseo por el barullo electoral. No debería haber tanto ruido. La gente, lo que necesita, es pararse a pensar y no tiene ni dinero ni tiempo para hacerlo.
Escucho algunas de las monsergas y lo que me sugieren es que sus autores, sean o no quienes las proclaman, están convencidos o de que la gente tenemos poco seso o de que no tenemos tiempo para utilizar el seso, despertar y darnos cuenta de que se nos manipula pensando que somos unos ignorantes sin sentido común.
No quiero meterme ni con los tirios ni con los troyanos. En esta ocasión se me ocurre que ambos están empeñados en tenernos por poco más que una bandada de avispados babuinos, recalco, avispados, pero nada más que babuinos.
Se pierden en el laberinto de que si unos van a quebrantar la frágil redoma del estado del bienestar, mientras que los otros se comprometen a mantenerla por arte de birlibirloque.
Ganas de llorar porque siempre he tenido y mantengo un gran respeto por arte de la política como labor de orfebre capaz de engarzar las volutas de su creación con los vacíos de la necesidad para que sea posible que la sociedad humana subsista, se organice y sirva para la convivencia pacífica, libre y justa de sus miembros. Y me encorajina ese afán de desprestigiar a otros, cuando ambos en lo que deberían rivalizar es en presentar proyectos que el sentido común pueda considerar posibles, todos, los de ambos, encaminados al mejor bien común posible.
No puedo creer que ninguno piense en serio que el otro quiere fastidiar un segmento social en su provecho y en perjuicio de otro. Todos saben que quien no atienda al conjunto está destinado al más rotundo de los fracasos.
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