miércoles, 23 de noviembre de 2011

El asunto de la administración tiene que ser revisado de arriba abajo.

Pero Grullo dice en su tratado general de todas las cosas, quemado con la biblioteca de Alejandría, pero un ejemplar del cual se conserva en la memoria colectiva, cierto que con más o menos recortes, desgarraduras y borrones que impiden lecturas correctas y completas de los textos, diría que una administración no puede costar más de lo que puede pagarse por ella.

Y añadía, sabiamente a mi juicio, que cuantos más valladares, separaciones y hechos diferenciales se admitan entre las teselas que de una u otra manera integren el rompecabezas del estado, mayores serán las diferencias de posibilidad de mantenimiento de administraciones equivalentes o similares. Cada porción excesivamente aislada de las otras no tendrá sino lo que pueda pagar por sus servicios administrativos.

El dinero, ese malinvento tan útil de los humanos, no es elástico más que hasta cierto punto. Hay en cada grupo social el que hay y se puede jugar a inventar un poco o un mucho más, según las circunstancias, pero incluso el “mucho” que cabe inventar tiene un límite, pasado el cual habrá problemas y dificultades. Al fin y al cabo, cada organismo más o menos complejo y más o menos independiente de cada forma de administración pública, funciona como una empresa, que a su vez lo hace como una familia, en cuanto al aspecto económico hace referencia. Tienes el dinero y la riqueza, moral o material, que generas y puedes empeñarte y usar dinero futuro, pero a costa de generar más o de futuros sacrificios.

Viene todo esto a cuento de si podemos o no mantener autonomías como las que tenemos o de la polémica cuestión de cómo podrán ser las que garantizando descentralización de poder, cuesten menos de la mitad de lo que cuestan las actuales.

Y como hay autonomías inmensamente más ricas que las inmensamente más pobres, se producirá la tensión derivada de una inmensa diferencia de servicios y de calidad de servicios posibles, mayor cuanto menor sea el espíritu o mayor o menos sea el imperativo legal de solidaridad de unos para con otros.

Tal vez menos autonomías y menos ayuntamientos y menos parroquias rurales, pero ¿quién sabe, puede y se atreve cortar y por dónde?

Lo único cierto parece que sea que como estamos no podemos seguir, cuando andamos por una en mi opinión ya impagable deuda de alrededor de setecientos mil millones de euros, entre autonomías y ayuntamientos. Y, al parecer, con tendencia a seguir creciendo.

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