Entré, cogí dos papeletas y dos sobres, metí las papeletas en los sobres del correspondiente color y me acerqué a la mesa. Me pidió, el señor presidente de la mesa, mi deneí, lo leyó en voz alta, comprobaron los señores interventores que estaba en las listas, el señor presidente me descubrió y ofreció las urnas y yo eché mis papeletas. Votó, dijo el señor presidente.
¿Verdad que parece sencillo? Pues para que esto pueda funcionar así, pacífica, ordenada y libremente, por los cauces de la historia humana han corrido torrentes de sangre, de sudor y de lágrimas.
-¿Y a quién votaste?
-Verás. Te contaré una historia real. Hace mucho, presidía mesa un conocido mío, socarrón y con sentido del humor. Maestro Nacional, de profesión. Se acercó un votante, conocido suyo, tal vez antiguo alumno y le preguntó, tímido, desorientado y vacilante. Oiga, don … ¿a quién votaré? Y el amigo mío le condujo adonde estaban las papeletas, escogió unas, las embuchó, volvieron a la mesa, las echó en las urnas y el ciudadano le preguntó: oiga ¿y a quién vote? ¡Pero hombre!, le contestó el amigo mío ¿todavía no te enteraste de que el voto ye secreto?
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