Mauregato y Fruela murieron defendiendo su exiguo imperio en la cabecera de Extremadura y los enterraron en las estribaciones de una sierra camino de intrincados montes todavía inexplorados salvo por pastores, senderistas, cazadores y ornitólogos. Desde entonces, las Asturias se fueron empequeñeciendo y ya no hay astures casi, por los alrededores de Numancia. Del todo, nunca faltan un emigrante gallego y otro asturiano, dondequiera que vayas. Pero el hecho es que el Principado se quedó, poco a poco, en lo que es, con su millón de habitantes, casi todos venidos de todas las Españas.
Porque hasta lo del carbón y el acero, tengo entendido que éramos todavía menos, retirados por el sur de la vieja Astúrica, ya para siempre leonesa, salvo que vengan nuevas recomposiciones de un mapa político mucho menos consolidado de lo que parece que debería seguirse de nuestra historia de constante y furioso batallar por unas u otras cosas, razones y sinrazones, al parecer incapaz, o incapaces los sucesivos cartógrafos, de poner orden y concierto entre reinos, principados, condados, marcas, taifas, señoríos, tribus y demás barullos con o sin más o menos definidos ordenamientos que dieron lugar a Partidas, Nuevas y Novísimas Recopilaciones de leyes, Fueros , contrafueros, algaradas, guerras y guerrillas.
Mentira parece que en un extremo de Europa, el país del Lucero Vespertino, ya al borde del Mar Tenebroso, al final de la Tierra, haya sido tan codiciado por moros y cristianos de toda tribu y subraza imaginables. ¿Quién habrá estado, me pregunto a veces, antes de las tribus ibéricas con que empiezan todas las prehistorias de lo que luego fue Hispania, de la mano o bajo la corona, dicen, de un rey, tal vez sólo reyezuelo, que ni siquiera están ciertos los que conservaron la posible leyenda de si fue hijo o sobrino del Hércules de las Columnas?
Parece que hubo un tiempo en que lo único que quedó de España, de las Españas todas, fueron los “cuarenta asnos salvajes” que el historiador árabe cuenta que escaparon de los ejércitos de Muza trepando por los riscos de Covadonga. Y fue Asturias hasta que traspuso el Duero e inició Castilla el siguiente capítulo.
Cuando lo de las Comunidades Autónomas, nos encogimos de nuevo, los asturianos, ahora más o menos un millón, al antiguo solar desde que a algunos nos asustan estos hervores y recelos, este mirarnos unos a otros con desconfianza, la disimulada, pero aparente sensación de que estamos concibiendo el propósito de que cada cual se arregle como pueda, en estas primeras estribaciones del puerto de arrabatacapas en que degenera evidentemente el miedo a la recesión económica que podría amenazar, nos parece, a unos logros sociales que creíamos haber alcanzado con el ingrediente añadido de ser ya inconmovibles aunque dejásemos de esforzarnos.
Tengo la impresión de que una vez más, nos toca participar en una recomposición urgente, que tal vez debería empezar por una fluida comunicación entre las ínsulas en que no se sabe cómo ni cuándo, hemos empezado a correr el riesgo de convertirnos.
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