Voy, perrita, que ya es perra, en ristre, sonriente, que le gusta salir de mañana, sin prisas, que es meticulosa y ha de recorrer olfativamente las esquinas de cada macho, anhelante, tan joven, de aún no sabe qué, me arrimo al quiosco, tiene Dolores los periódicos en una bolsa, nos ladra, a la perra y a mí, desde su feudo del fondo del kiosco, su perro, desafiante, y un paseante que por allí pasaba: qué –me espeta la pregunta- ¿y el debate? Y yo, con aire, pienso, que de inocente, en realidad de bobalicón: Ah, ¿pero ha habido un debate?
Ayer los dos, la noticia es que ambos con corbata tirando al azul televisivo –oiga, te dicen los maestros, lleve usted camisa azulenca y corbata o roja o azul-, entrambos recortados de expresión, sin soltura, atados y bien atados por asesores de imagen, de economía, de oratoria, de mímica, de expresión gestual, moviéndose en terreno comanche, previamente acotado para señalizar las minas y demás artefactos y artilugios peligrosos, se dijeron con delimitada cortesía, en presencia de un sonriente árbitro, que España va mal, que habrá que hacer algo para sacarla del trance y que va a ser difícil.
Algo es algo, pero ¿debate?
Usted estuvo y ¿qué hizo?, se preguntaron a la recíproca.
A mí se me ocurre …, y el otro: eso que dice que se le ocurre es neutro, común, epiceno o ambiguo. Lo de ambiguo les suena. La ambigüedad está de moda. Si logras, en efecto ser ambiguo, pero bien ambiguo, realmente ambiguo, es decir que nadie entienda qué, puñetas, quieres decir, estás en el camino real del pueblo, el castillo de los sabios, la fortaleza intelectual del mago de Oz. No sé lo que quiere decir, de modo que debe ser algo, por esotérico, cierto y por ininteligible, importante.
Se me agacha, la perrita que ya es perra, me mira de reojo, pidiendo autorización, y pone en la acera su óbolo matinal humeante, que, impaciente y mahumorado, recojo con la bolsa guante que no quiero pensar que sea susceptible de romperse un día en plena faena.
.¿Qué –me pregunta un jocoso transeúnte mañanero que no sabe lo que le cuesta a un ancianete como yo agacharse a cosechar- yéndose a la mierda eh?
Y a mí no se me ocurre más que jadearle aquello de: “la calavera de un burro, miraba el doctor Pandolfo, y, enternecido, decía: ¡válgame Dios, lo que somos!”.
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