lunes, 14 de noviembre de 2011

Viene en uno de los periódicos de hoy un artículo en que se habla de los duelos y los quebrantos de las ruinas de la burbuja inmobiliaria, aquel engañoso edén de pacotilla durante que se perpetraron tantas barbaridades impunes, se destruyeron ámbitos y se estropearon y malograron para siempre expectativas que no volverán tampoco, como las golondrinas.

Andan, toda una laboriosa multitud de ejecutivos, tratando de salvar algo del desastre, siniestro total, de estas ruinas de Itálica. Ensayan cuantas argucias se les ocurren para rebañar lo que en las arcas del ahorro familiar queda, además de polvo y desencanto. Y augura, fúnebre, el autor del estudio, que este mercado seguirá a la baja hasta dentro de tres o cuatro años, que será cuando toque el fondo de unas pérdidas de casi tres cuartos del valor fingido que llegaron a tener los ladrillos ensamblados.

Fue una locura. Se ensombrecieron con gigantescas urbanizaciones desmedidas y monstruosos cajones supuestamente habitables, fincas y viviendas tradicionales, atropelladas e irremediablemente laceradas. Y ahí, al lado, sonrientes, unos sagaces individuos, se hicieron nuevos rico y ricos viejos y se llevaron el santo y la limosna, los ahorros y la fugaz ilusión de que todos estábamos a punto de hacernos definitiva y permanentemente felices aunque fuese en aquellas conejeras cuyo principal atractivo era el mobiliario de la cocina, todo el made in China so patente de la industriosa Germany.

Me pregunto a veces de qué sirve advertir una catástrofe si nadie está dispuesto a creerte.

De nada sirve, sin embargo, quedarse contemplando los pedazos del jarrón. Las cosas son como son y lo que se rompe estará ya roto para siempre, por más que inventen pegamentos casi milagrosos Hay que volver a empezar. Tendremos, o tendrán, los de siempre, que trabajar con denuedo para recomponer lo que va a tardar en recomponerse para que otros avispados prójimos nos vengan a aliviar de cualquier ahorro que podamos haber atesorado los más indefensos, que suelen ser esos que ni ricos ni pobres, sólo cuentan con su aurea mediocridad para tratar de sobrevivir en este cada vez más complicado mundo de la arquitectura económico financiera.

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