martes, 19 de mayo de 2009

Hace muchos, muchos años, mandé yo un libro de versos a un concurso donde supongo que ni siquiera se habrá releído alguno de aquellos poemas míos, que a mí me habían parecido tan meritorios.

Y pasaron mucho, muchos años. Había perdido aquel ejemplar, escrito a máquina de entonces y cosido con bramante. Ayer lo encontré en el desván. Fue como encontrar un viejo amigo de aquella primera juventud. Soy incapaz de saber si estos poemas –algunos tan ingenuos, otros tan evidentemente malos- tuvieron algún valor, habida cuenta de la edad de su autor, del tiempo en que se escribieron, de su sentimiento.

Es, comoquiera que sea, mi primer libro. No importa que un libro se publique o no, para que exista. Se escribió, se armó, se preparó, incluso, en este caso, se tuvo la evidente osadía de mandarlo en busca de un premio.

Hoy, a alguna hora, me sentaré en un rincón y haré, procurando ser sincero, mi propia crítica de lo hace tanto tiempo escrito. No la contaré ni siquiera en este lugar, porque estoy convencido de que será objetiva, y en literatura, se me ocurre que puede hacerse uso de una especie de regla de tres simple y concluir que si aquello era tan malo visto desde la perspectiva actual, lo que ahora escribo lo será visto desde fuera del tiempo en que ahora estamos, y uno puede procurar ser sincero consigo mismo, tal vez, como consecuencia, procurar o hablar menos o callarse, pero queda siempre una brasa de ilusión, ¿y si un día, por no se sabe nunca qué capricho de la suerte o de una inspiración impredecible, fuese capaz de escribir ese poema como esa gran ola de que hablan siempre los surfistas, como ese tesoro de que hablan los buscadores, como esa melodía y ese cuadro, que persiguen cada músico y cada pintor, con su frenético trabajo de cada día?

Mi primer libro se titulaba “Camino difícil”. Va precedido de una cita de Rabindranath Tagore que dice: “por un mar sin orillas, ante tu callada sonrisa arrobada, mis canciones henchirán sus melodías libres como las olas, libres de la esclavitud de las palabras” y de un poema mío de la época, a modo de prólogo, que añade:

“Caminar …, caminar …
(a lo lejos, nada,
ni el suspiro blanco de un caserío
ni el susurro del mar,
tan solo el camino difícil ,
llanamente difícil
y mi soledad, quieta y dinámica,
llena de angustias anchas)

Bordeando campos verdes,
sobre el camino largo,
tan solo caminar, sin una lágrima,
mientras las flores bailan
-flores blancas y rojas,
rojas y blancas-,
muriéndose de risa,
que mi alma pasa.” -

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