La noticia del día, a despecho de cualesquiera otras crisis o de que acabe o no de entrar la primavera, es que el Barcelona ha vapuleado al Madrid. Por cierto a domicilio, con tal contundencia que los críticos advierten que este partido, que al fin y al cabo no ha sido más que un partido de fútbol, es uno de esos que permanecerán en la historia, convertidos en leyenda, citados de generación en generación. Fue, ya digo, el gran acontecimiento, la noticia, con mayúsculas y letras de palo de las cabeceras de casi todos los periódicos, y, desde luego, de la totalidad de los del ramo deportivo.
Para un país apasionado –en la medida en que se pueda generalizar-, como es el nuestro, casi siempre en todos los aspectos partido por gala en dos, cada facción difícilmente soportada por la adversaria, ya se hable de religión, de política, de economía, de toros y toreros o de fútbol. Hoy es un día de jolgorio para el cincuenta por ciento de la población y de desconsuelo para la otra mitad.
Pero además es domingo, y con “puente”, que viene durando desde el jueves por la tarde, ya que el viernes, primero de mayo, fiesta laica del trabajo. La gente se asoma a la orilla del mar y a las laderas de las montañas, huele la brisa y se siente tonificada, a la vez que concibe por segunda vez en el año –la primera fueron las vacaciones de Semana Santa-, atisbos de la esperanza de que al fin y al cabo, haya vacaciones y sea posible disfrutarlas. La duda surge cuando se piensa que para cuando llegue agosto, de momento es impredecible, pero no difícil que el paro rebase los cinco millones y medio de personas. ¿Inevitable? Creo que no, pero alguien debería dar la impresión de que sabe cómo, cuándo y de qué manera –que opino que hay varias- lo va a ensayar con cuenta de que el paro no es más que parte de la dolorosa periferia de lo que está ocurriendo en el núcleo del tornado, donde aparentemente no pasa nada.
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