viernes, 28 de marzo de 2008

De repente, te enteras de que todo el territorio a tu alrededor, el ámbito en que vives, tu vida privada, se han convertido en escenario que una multitud de espectadores contempla y escucha a través de los más sofisticados medios, por si tú, por si yo, por si cualquiera de nosotros, todos sospechosos de cualquier infracción, decidimos incurrir en ella. La ley, por su lado, proclama en grandes letras brillantes, con orgullosa presunción, valga en por lo menos dos sentidos de esta palabra, que la buena fe debe darse por supuesta en todos y cada uno de los ciudadanos del país sobre que planea la vigilancia de unas autoridades siempre dispuestas a servirnos y hacernos felices.

Al mismo tiempo, un verdadero tropel de canales legislativos derrama sobre ese mismo ámbito la inquietud de la pequeña multitud que los constituye de que pueda suponérseles inactividad, y, como consecuencia, la condición de superfluos, una inquietud que se traduce o se materializa, como prefiráis, en la maraña normativa que cada día nos reduce más el espacio vital donde procurando no hacer daños al prójimo, antes vivíamos ahora sobrevivimos a la ansiedad que nos produce y el agobio, no ser del todo conscientes de si no estaremos infringiendo alguna prohibición al tomar una piedra y arrojarla al remanso donde antaño se podían contemplar o las sopas o las circunferencias con que respondía el agua y en ella se agitaba la vida del tropel de minúsculos seres que suelen poblarla, o si cometeremos grave falta al levantar la piedra que remata el muro al borde del camino para contemplar el revuelo de las sabandijas polícromas y brillantes que rodeaban a la culebrilla enroscada a la sombra.

Ayer mismo, al borde de la carretera, pedí que parasen el coche para retratar la maravillosa puesta de sol y se me negó el dueño. No se puede detener un coche en el arcén, hay que embutirse en un chaleco refractante, jamás retrates un paisaje donde hay gente, no sea que se te ocurra publicar la fotografía y te acusen de utilizar el genio y la figura de alguien, que Dios te guarde de que encima sea un niño, sin los diversos permisos que la norma relaciona como indispensables … Habrá que tirar a la basura la cámara, justo ahora que las habían hecho tan manejables, tan transportables, tan eficazmente útiles para gozar de una afición que durante más de medio siglo te había proporcionado tanto deleite puramente estético.

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