El mundo quieto, en silencio, expectante, el Viernes
Santo
es como un ensayo general de la muerte
-todo
permanece: los sonidos,
esas gaviotas veleras, que graznan a la mañana
recién nacida, indefensa-,
pero ha muerto todo lo humano con la muerte
de Cristo, en nuestra cruz.
Durante casi tres días, lo conseguimos,
movernos,
ir y venir,
sin esperanza –alguien, sin embargo
la mantuvo encendida, alguien
tuvo que seguir creyendo,
además del eco de la voz de Dios
resonando con cada ruido y cada silencio del universo atónito,
la Madre, tal vez, tal vez algún discípulo más crédulo-,
casi tres días, ya digo,
de que son
recuerdo esta mañana
cuando, gracias, Señor, de nuevo has recreado
la primavera,
en el centro mismo,
en lo más hondo
de la muerte.
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