Jornada de luto y silencio, porque a la legalidad del “día de reflexión” se une la luctuosa realidad de que han vuelto a matar a otra persona. No se entiende que haya todavía quien a despecho de que el mundo civilizado haya desechado la pena de muerte, todavía la use para tratar de forzar a la sociedad a que mude conforme a las convicciones de quien con premeditación y alevosía mata, como en este caso, a alguien indefenso y sin cargo administrativo o político que pudiera hacerlo odioso para alguien que no pensara como él.
Y tal vez por eso se ha quedado un día gris, con la temperatura indecisa entre ser de invierno o anunciar decididamente la primavera.
Y creo que muchos habrán dejado de pensar en las elecciones o se habrán quedado mirando la papelera, tal vez ya embuchada y preparada, y preguntándose para qué, si ya se han sucedido gobiernos de uno u otro signo y siguen matando. Menos, es cierto, pero no hay numeración para la muerte y el hecho de que alguien asesine a otro ya produce toda la magnitud de la herida social. Matar es algo tan horrible que excluye comparaciones y es tan malo matar a una sola persona como matar a cien mil y el que es capaz de matar nos asesina a todos cada vez que mata a uno.
Si, ya sé que habrá quien opine que hay diferencia de magnitud en el dolor, entre causarlo a unos pocos o a muchos, pero insisto, el hecho de matar y el dolor que produce son inconmensurables. No admiten estadísticas. Una sola muerte violenta es todas las muertes posibles. Acredita que la sociedad toda permanece enferma, sufre toda y toda tiene miedo porque la justicia y la libertad están desgarradas con cada acto solo.
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