lunes, 14 de enero de 2008

Pésicos y albiones tuvieron por diosa a Lug, cuyo nombre era fácil de decir para la lluvia y el viento, que son los que transmiten ecos de las voces de los dioses, que, si directamente hablasen con los humanos, los destruirían con el sonido y la luz de su voz, inconcebible. Y por eso, cuantos nombres empiezan por la sílaba Lu en la actualidad, resultan sospechosos de haber sido puestos en homenaje a esta poderosa deidad femenina.

En lo antiguo eran temibles las diosas femeninas, en cuyo vientre, como el de la tierra, ha germinado la vida desde que el mundo es mundo y morada de humanos, vegetales y piedras. ¿No serán, incluso las piedras, seres vivos también? ¿No habéis visto cómo mudan de forma, con el tiempo, y a veces estallan y sangran, siquiera sea lava, zumos vivos de su propia esencia, entre llamas y estruendos?

Impresionan aún esas figuras de mujer que aparecen en los yacimientos arqueológicos, con sus vientres descomunales y esa digna belleza que proporciona a la mujer su estado de embarazo portador de vida, a despecho de las monsergas abortistas, que, por mucha ley que lo disfrace, no conducen más que a la sinrazón y el sinderecho, la contracultura de una interrupción de germen de vida iniciado. No es un derecho de la mujer, el de interrumpir la vida. Ni hombre ni mujer hay que sean dueños ni de la vida ni de sus hijos. La vida se comparte con ellos, con los hijos, que, casi en seguida –tras de mucho sufrimiento particular de cada cual, integrado en el conjunto de todos-, se constituyen en independencia, en ser ellos, por más que todavía no se ganen la vida y haya ganapán que opine que mientras dependan económicamente de su ayuda deberán comportarse como siervos o como soldados de un hipotético ejército.

Volviendo a lo primero, habrá lugares –palabra derivada de Lug- cuya toponimia se refiera a refugios, altares, cultos y romerías o petitorios de Lug, como Lugo, Lugones, tal vez incluso Luarca.

Digo esto porque he vuelto a comprar un libro supuestamente aclaratorio o explicativo de topónimos y resulta que tampoco era serio, por más que en alguna página resultara, por su frivolidad, hasta divertido. Y me ha recordado los esfuerzos que se hacen en cada pueblo y cada época, por encontrar razones de su nombre que sean poéticas, legendarias, por lo menos bellas.

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