miércoles, 14 de octubre de 2009

Las voces terribles, reconvertidas en palabra escrita, de los apocalípticos maestros de la realidad acendrada, sin el paliativo de los adjetivos, los disfraces, lo que llaman la cursilería, tan indispensable en la literatura, por lo menos a ratos, como detalle suavizante de los perfiles equivalente a la niebla matinal, sin que todos estaríamos heridos por la dureza inexorable de lo que es, sin más, atroz unas veces, otras miserable. Hacen falta también los enternecedores poetas del encanto apacible, además, sin duda, de esos que al recitar te arrancan a tiras la piel del alma, la dejan en carne viva y llanto. Somos, sin duda, los humanos, afilados y acerados, pero susceptibles de caricia y hasta de beso apasionado, que es como la exaltación del contacto interpersonal. Me aburren los excluyentes. Quienes desprecian a los que llaman bárbaros y los que abominan de la empalagosa dulzura. Y tal vez como premio, puedo disfrutar de poemas escritos por unos o por otros, cada cual a su hora, en su momento. Y de sus relatos. Y, ahora, de la heterogénea locura, que es ya como un clamor, de los blog, que, como espejos, además de lo que se pone en ellos, van recogiendo la personalidad múltiple de toda una humanidad dispersa por los escondrijos, los recovecos, los escaparates de la red en que divaga, murmura, grita una multitud cada vez mayor y más abigarrada. -

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