viernes, 20 de noviembre de 2009

El pasado, lo antiguo, nos salta a la cara de bobo que se nos había quedado cada vez que en medio de lo nuevo se producen situaciones anacrónicas. No sabemos cómo reaccionar de acuerdo con este tiempo previsional y crítico y por eso aplicamos las soluciones del pasado, de cuyos desechos no estamos como es lógico libres, pienso yo que debido a la rapidez con que ahora se producen las mutaciones de partes internas de nuestros modos de ser.

Vivimos una época de curiosidad apremiante, en que sin embargo hay una parte de la juventud que impregnada de escepticismo no quiere participar, y de manera sorprendente, un maestro contemporáneo castiga a un discípulo actual, pero anacrónicamente díscolo, mandándole ponerse “de cara a la pared”. Le faltó colocarle unas orejas de burro u ordenarle que mantuviese los brazos en cruz con las palmas de las manos hacia arriba, sosteniendo en cada mano un diccionario de latín o de griego, que solían ser gordos y pesar lo suyo.

No sé a quien se le había ocurrido que nos habíamos adentrado de modo apreciable y significativo en la modernidad, pero se sigue maltratando y matando por el procedimiento antiguo, se han inventado castas de esclavos que permanecen y trabajan por retribuciones miserables, navegan desafiantes los piratas por los mares del mundo y si bichitos tan minúsculos que resultan invisibles para el ojo humano e inaudibles para nuestras orejas y por ello inalcanzables a nuestro desconcertado tacto, deciden amenazar a una especie como la nuestra, capaz de parir arte de satisfacción estética difícilmente ponderable, no sabemos qué hacer ni cómo defendernos.

En las películas sí. Allí, pintar como querer, aparece siempre un genio, un superhombre, dotado de poderes inimaginables y los malos siempre acaban perdiendo entre un tumulto de explosiones y disparos de cohetes de extraordinaria precisión y prodigiosa violencia.

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