Curioso asunto el de esas ciencias que hablan de lo que no podrá comprobarse nunca y aprovechan, algunos, para decir osas tan en mi opinión pintorescas como eso de que acaban de descubrir el esqueleto relativamente bien conservado de un ciudadano del año catapún y ya han dicho que podría ser el primer agricultor de la historia del hombre. Tendría gracia, si no fuese tan disparatado. Y casi al mismo tiempo leo que otro ciudadano piensa que podrá “clonar” un dinosaurio a partir del huevo hallado bajo no sé qué hielos, de otro que vivió hace cientos de miles de años. Si inventan la historia reciente, qué no podrán hacer algunos inconscientes con la antropología y la teología. Toman una esquirla de hueso y escriben sobre ella una historia de amor, deseo, gozo, odio, aversión y tristeza, que son, dicen, las etapas de muchas relaciones humanas, hallan una pluma y describen un ángel con todo lujo de detalles, sin pararse a pensar que ni los aviones tendrían alas, si pudieran volar sin ellas.
También pretenden, asimismo leo, arrancar símbolos, derribar monumentos, desescribir, más que borrar, la ya bastante adulterada historia reciente. Vana pretensión anacrónica, cuando la película del pasado siglo XX, pasada y vista sin pasión, acredita que no se puede exterminar lo contradictorio, ni siquiera lo diferente. Tiene que haber alguien que piensa distinto de cada uno de nosotros y de cada uno de nuestros grupos. Aunque no sea más que para que nosotros sepamos qué es lo que pensamos y de qué estamos medianamente convencidos. Ni siquiera habría día, si no hubiese noche. Y aún entre el día y la noche, están los semitonos del ocaso y del amanecer, que son, pienso, momentos de indecisión, pero también creo que lujos del vivir, mitigados los excesos de la luz: esa locura de seguridades ficticias, y de la oscuridad, esa desazón del miedo.
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