Ya no juegan los niños
como jugaban, ocupando la calle con su alegría.
Ahora, la calle la ocupan los coches
con insolencia metálica,
los coches, por desgracia,
ni son alegres ni saben jugar a la peonza,
saltar a la comba, ni cantar romances
como aquellas niñas, que se lamentaban incansables
de que mambrú se hubiese ido a la guerra
o de que Alfonso XII fuese triste de sí
porque había muerto,
cuatro duques llevaban su cadáver
por las calles
de Madrid,
la reina Mercedes.
Y si no hay pájaros –sólo hermosas,
engañosas,
gaviotas,
carroñeras y palomas rastreras,
casi todas cojas,
¿Cómo va a poder seguir rodando,
funcionando,
el mundo?
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