Un balón, el campo, cientos de miles de espectadores,
cada mucho, si acaso, el premio
de un gol.
El aullido, primero, en seguida el clamos
de un gol,
manchado de sudor, risas, himnos,
empapado de ilusión, que otro gol marchita
con la otra mitad, ahora, de espectadores
enardecidos.
Y así una vez tras otra,
menos cuando no hay gol y es tiempo de silencio,
que aprovecha una voz sola,
nítida,
sin ecos,
para llamarle al árbitro lo que usted se imagina.
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