Sale la procesión de la esperanza, cada tarde,
con el sol rozando el misterio del horizonte,
todo un mar
de inesperados tonos naranja y verdes, azulpálidos,
blancoscuros, pasa entre la semisombra de la niebla,
del recuerdo de la mantilla que llevaste
en la procesión
de la sacramental. Tocaba el campanero
su repique de campanas de fiesta.
Tropeles de chovas excitadas,
disfrazadas de pensamientos de la torre,
de parpadeos
de la espadaña,
que huelen a musgo viejo a ensoñamientos
de cigüeña.
Sale y no queda en el pueblo nadie para verla,
ni ha llegado siquiera un turista
con su cámara compacta de siete píxeles, último modelo. Sale
y no es más
que un lento vagar de sombras apenas insinuadas
por la noche del tiempo
ahora solo, convertido
en eco insoportable del silencio.
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