En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
sábado, 4 de agosto de 2007
Durante todo el día, el sol ha recorrido el pueblín pienso que buscando un rincón donde dormir. El sol es viejo, dicen. Más que la tierra incluso. E insisten en que es el mismo, contra mi convicción personal de que cada día, un sol, cuando se pone, va a caer y morir al cementerio de los soles, algo así como el cementerio de los elefantes de las películas de aventuras, pero sin duda mayor. Y si el sol es tan viejo y es el mismo, tiene que cansarse, alo largo de todo un largo día de verano de recorrer el mundo, dejarse caer por las laderas, trepar a las montañas, recorrer los vericuetos de las inmensas ciudades que hay en el mundo. Y si es cansado recorrer el pueblín, qué será en esas ciudades de millones y millones de habitantes, barrios intrincados, aglomeración. Pero el sol no ha encontrado, antes sí, antes había rincones dormidos, que el sol despertaba y el rincón hasta se lo agradecía, guiñando deslumbrado los ojos adormilados, ahora todo está lleno de coches y huele a gasolina quemada y aceite de máquinas, como la vieja máquina de coser de mi madre cuando la limpiaba, que estaba pintada de dorado y negro y yo creía que se llamaba Singer, cuando era niño, porque ése era el nombre que tenía estarcido en un costado, pero hasta en eso me equivocaba. Cuando, recién puesto el sol, queda, de milagro, algún rincón, se aprovechan las sombras más oscuras de la noche de verano, que está llena de sonidos y taraceada de luces desganadas, que compiten, si hay luna llena, con la pálida de la luna, que se parece a tu mano, a ti te digo, mi recuerdo sin nombre, que movías tu mano para reforzar el gesto, la palabra, qué sé yo, y era un revuelo de dedos delgados, expresivos, y podías, además de tu escorzo, enamorar con aquellos gestos de manos con dedos musicales. Se adivinaba que, usaras o no de tu evidente facultad, con aquellas manos tuyas y sus dedos gráciles, podrías domesticar la música, aprender su lenguaje y lo que hay en la música más allá de todos los lenguajes. Me quedé embobado, lo advertiste y sonreías. Tu sonrisa. Aún permanece, porque los recuerdos están en un mundo sin tiempo y jamás envejecen como yo he envejecido, pero te conservo.
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