lunes, 13 de agosto de 2007

Baja el agua del río despacio, cansada, a mediados casi, de agosto, con el gremio marinero preparado para celebrar sus fiestas de nuestra Señora del Rosario, que aquí festejan el 15 de agosto, que llaman en el resto del mundo el Día de la Virgen, porque es, creo, la Asunción. Han puesto banderas en algunos balcones, unas de España, otras del Concejo, unas pocas de la Autonomía. La Autonomía, en Asturias, se llama Principado de Asturias, y tenemos la Fundación Príncipe de Asturias y el Regimiento del Príncipe. Ya éramos –hay quien dice- esperanza de España –que los príncipes son la esperanza de los reinos, como los niños lo son de las familias- desde antes de lo de Covadonga, haya sido batalla o escaramuza, por donde empezó lo de reconstruirnos como avanzadilla de la cristiandad de Occidente. Lo que ocurre, según algunos aseguran y parece verosímil, es que por aquel entonces la cultura irradiaba desde el Califato de Córdoba y los restablecedores de la cultura cristiana se alimentaron para lograr el Renacimiento de lo que habían hurgado Maimónides, Avicena y sus correligionarios en la antigüedad romano helenística. Cuando lo de Covadonga no éramos Principado. Lo que ya éramos, supongo, un grupo de huraños montañeses que en seguida pusieron su frontera en el río Duero, que es una delicia bajar recorriendo hasta llegar a Oporto, me gusta mirar Oporto desde el altozano que está allí preparado para ver como se amansa, robusto, poderoso, el río, vuelto ría y recorrido del recuerdo de las barcazas del vino. El aire de Portugal, en Oporto y Coimbra, está hecho de oxigeno, hidrógeno, gases nobles y demás, pero todo impregnado de una saudade antigua, insaciable, en que se mecen los sueños del viajero que pasa y sabe cómo va a sonar el fado antes de que se lo canten.

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