jueves, 9 de agosto de 2007

El tiempo, que no es nada,
se sueña a sí mismo y eso es el futuro,
que amanece,
cada día,
sudando amor por el esfuerzo. ¿Habrá quien diga
que es poco amor la luz,
que enciende y tiende el sol, cada mañana,
recién nacido?

Pasa sobre la tierra, la acaricia,
nos recobra y recuenta. Si no hubieres amor
en todos los intersticios y recovecos, en la imaginación
que mantiene
el universo, ¿cómo podríamos
reencontrarnos todos
cada mañana,
perdidos como anduvimos la noche entera
en la profundidad de lo oscuro, unos,
otros en el sueño?

Sin amor no habría
ni siquiera nada,
ni la soledad,
ni la textura mínima
del silencio, que está hecho de palabras calladas,
palabras que no habría.
Eso que sueñan y llaman los científicos
el vacío.
Una sensación de caer
que no sentiría nadie.

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