En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
miércoles, 21 de mayo de 2008
Entras en la vejez a tientas. Por entre un espeso arbolado de cansancios nuevos, torpezas, a veces dolores, un súbito trasudar sin motivo, que haya piezas que tardan en responder o se atranquen o se te quede un nombre o una palabra semiescondidos de tras de la puerta de la atención. Sobrevivir pasa por paisajes distintos, sutilmente, pero diferentes, y, por eso, inesperados. Y una nueva pregunta te asalta: ¿por qué y para qué vivimos unos más y otros menos? Sin duda este tiempo digamos de exceso es un premio o un castigo, según se mire y según lo que haya más allá. Al no envejecer todo de golpe y por igual, la memoria y la imaginación, ojos de mirar atrás y adelante, envían a la máquina de pensar, el conjunto de las neuronas, de ordinario impacientes, si eres imaginativo y tienes una cierta capacidad de comprensión, mensajes de ansiedad: ¿por qué tardan los miembros en hacer lo que antes les resultaba fácil? ¿por qué tropiezan donde nunca lo habían hecho? ¿por qué, a veces, distraído, te enfrascas en un pensamiento y para cuando vas a darte cuenta estás inmerso en un sueño?
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