En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
viernes, 2 de mayo de 2008
Hoy tocan sol, anuncio del verano, multitud de gente de paso, que aprovecha el “puente” para echarnos un vistazo, clasificarnos e irse, y, como de recuerdo, alguien ha abandonado a un chucho sin raza o de muchas, que lleva parte de la tarde recorriendo anhelante –se le ve anhelante, a su manera perruno, obsesionado, recorriendo una y mil veces el mismo camino-, la zona próxima al río, donde ese alguien o lo ha perdido o lo abandonó deliberadamente. El perro no lo entiende, va y viene por entre la gente, sin hacer caso de nada ni nadie más que su búsqueda. Mi viejo cocker le gruñe al pasar, pero el otro, que estrena desolado su condición nueva, de perro sin amo, ni hace además de responderle. Está, se ve, a lo suyo, que dentro de un raro, cuando venga lo oscuro, será de nadie, y entonces será cuando tenga que rebuscar caminos, hasta que llegue el coche que se lo lleve por delante y el mundo seguirá, sin duda, sin que casi nadie se haya dado cuenta de la pequeña tragedia del pobre animal, blanco y negro, rabón, de orejas enhiestas. Un día peculiar, éste de hoy, entre fiesta y sábado, y, en alguna comunidad, fiesta, y, por todo ello, lo que llaman “puente”, ya con sus correspondientes muertos y heridos de la endemia motorizada que nos aflige. Ves un cochecito pasar, todo maderas brillantes, plásticos y metales brillantes, chapa reluciente, carga de ilusiones, sonrisas y proyectos, y, de pronto, un montón de chatarra, un fracaso de cristalería rota por entre que fluye la sangre, jirones de tela, carne y restos de quisicosas y quejidos. Pasa hoja de imagen el busto que da las noticias y en la página siguiente continúa, tan gárrulo como ayer, el mismo político, con la sonrisa cada vez más artificial, más ortopédica, a medida que se le va formando el poso que queda tras del balance del día que la conciencia o lo que nos queda de ella, nos pone delante cada anochecer, a esa hora mala a que el hombre le resulta muy difícil escaparse de sí mismo, ahora, justo a esa hora, a la vez más débil y más crítico. El universo sigue, ya digo, girando en el silencio sideral donde yo estoy convencido que se engendra el milagro de la música, su belleza, inconcebible sin un origen así.
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