Ese polvillo de color incierto,
que cubre
los pétalos de la flor, dime,
buen padre Dios, ¿tiene algo
de lo que fue textura,
ternura
de su piel de nácar,
fuego y sosiego
a la vez?
Ahora,
cuando no está y la busco
y hasta es posible que haya muerto
sin nacer,
la criatura soñada,
la esperada,
me pregunto si será parte
de su alma,
alguna palabra suya,
una mirada,
la más recóndita arruga, una curvatura,
el esbozo de un gesto,
su escorzo,
esta lluvia de polen derramado,
cuyo color incierto
arranca el sol de los pétalos
de la flor.
Puesto que es posible que todo
sea nada
y nada, todo.
Y el mundo
este crepitar del fuego,
del olvido
del deseo,
de su sueño.
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