Adiós a la carne, provisionalmente, hasta que nos cubramos la cabeza de ceniza, último jadeante esfuerzo de don Carnal, postrado en seguida ante doña Cuaresma, que diría el señor Arcipreste. Por ahora, en grandes grupos y aglomeraciones, las gentes, ataviadas con pesados retales de cortinajes y plumas de marabú sintético, para que no se ofenda el Mundo Verdesmeralda de la ecología protectora de animales, plantas y eso tan sutil del medioambiente, que hay muy pocos que sepan de qué estamos hablando.
Dos pasitos adelante, medio atrás y vuelta a empezar; tambores y tamborradas, bombo y platillo, xilófonos, triángulos, campanas, pitos y campanillas. Eso es lo que está pasando ante los niños que tiran confeti y serpentinas y con la otra mano se comen enormes bocadillos, bocadillos como tranvías pequeños, de jamón de bellota y de nocilla, de mortadela y de chorizo de casa de los abuelos serranos.
Y carne, mucha carne, si no en el asador, carne al sol de los tubos de neón y las bombillas y lámparas descafeinadas, ahorrativas; más carne, de muslo al gratín del sol, de domingas entrevistas, de transparencias sugestivas´
Es, se lo aseguro, Carnaval. Que se desarrolla entre bambalinas, por donde se arremolina el exceso, corre el vino espumoso, se persiguen aparentes faunos y doncellas que disimulan el afán de ser raptadas por sus perseguidores, en este caso cargados de buenas intenciones. En el escenario se suceden las comparsas, las murgas y los grupos, por entre bastidores se desborda la copa.
Enterrarán la sardina y el hacha de guerra y el miércoles se cubrirán la cabeza con una mancha de ceniza apoyada en la frente. Pero eso será el miércoles. Leo que Carnaval viene de Karne vale, es decir: “adiós a la carne”. -
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