sábado, 21 de febrero de 2009

Carlitos … no sé por qué me he embarcado hoy en hablar aquí de Carlitos Brown, el antihéroe de Schultz, tan perpetuamente asombrado de que la vida sea tan incomprensiva con él, o tal vez, más que la vida, su entorno, por otra parte tan lleno en el fondo de ternuras como la del detalle de la eterna “frazada” de Lino, su amigo, sólo un poco menos amigo que Snoopy, puede que el único perro que sea capaz de comprenderlo. Como cada personaje singular, Carlitos es un espécimen colectivo, quiero decir que es un tipo en que muchos o algunos podemos contemplar, como Narciso en el fondo del remanso, nuestra propia debilidad y el incomprensible desdén de quienes nos rodean, por otra parte tan solícitos.

Carlitos es torpe …, ¿o no?, o es que resulta tan profundo y como consecuencia tan distraído que se le entremezclan la necesaria precisión en el golpe de su deporte favorito, el béisbol ese, tan americano, con cualquier laberíntico e intrincado problema psicofilosófico, y al final, a bate caído, tiene que soportar el insufrible desdén de cualquiera de sus enfurruñadas amigas.

Vivimos así, un vaivén entre lo que necesitamos de afecto y lo que nuestra conducta nos acarrea, con el mismo aire de sopresa e incomprensión con que Carlitos quisiera ser un campeón de su deporte y lo único que consigue es permanecer, como yo esta mañana, en el ensueño de saber enfrentarme con un sábado de sol, para lo que, de momento, me stoy apoyando sucesivamente en “bagatelles” e Beethoven y Bach y de un momento a otro me pedirán que ya que estoy sin hacer nada, con el bate inactivo y la gorravisera con dicha visera atrás, ¿por qué rayos no voy al supermercado a comprar no sé qué que falta en la despensa?

Por eso os miro sin comprender del todo que haya salido el sol, que estemos vivos y que yo no sea ni siquiera un ingenio en alguna especialidad que ¿por qué no?, también podría ser el béisbol, un deporte que no sé siquiera cómo se juega.

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