sábado, 28 de febrero de 2009

Grisperla de niebla en el cielo,
apenas azul en la esquina,
que nadie sabe si lo abrió un suspiro de muchacha núbil
o el picotazo distraído
de mi gaviota favorita,
siempre la misma. Esa
que se coloca, de cara al viento, en medio del paisaje habitual
de mi ventana de las tardes opacas.
Sube,
baja, apenas mueve
las alas
veleras.
Casi seguro, estoy, de que piensa o de que sueña,
mirando el horizonte
de mucho más allá de lo que alcanzo.
Sabe el buen padre Dios qué sueños
cabrá soñar
desde la atalaya alta, el punto de vista, la perspectiva
de una gaviota velera
como la mía. ¿Es mía?
¿Existe esa gaviota?
¿Es sólo
ese gran pájaro horrible, carroñero feroz
un mal pensamiento
que alguien ha olvidado frente a mi ventana?

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