lunes, 9 de febrero de 2009

Bombas, elecciones, recriminaciones, frecuente acusación de que los malos son “ellos”. “Ellos” supone un multitudinario pronombre de indeterminable amplitud, en que se albergan los posibles culpables de cuantos males son susceptibles de acongojar a la humanidad doliente. Es siempre conveniente disponer de un “ellos” responsable colectivo de lo que nos aflige: el exceso de gasto, la escasez de ganancia, el despilfarro público o privado, debe ser siempre imputado a “ellos”. Los mismos que cuando algo se derrumba no reaccionan ni nos sacan, como deberían sin duda, sacar de cada atolladero. Están en todos los ámbitos. Son sagaces, activos, están informados y disponen del privilegio de que la gente de a pie seamos incapaces de alcanzarlos con nuestra desesperada ira ineficaz. Cuando en su desmedido afán de lucro provocan revoluciones, desaparecen en los más recónditos pliegues del tejido social y allí salvan sus trastos, instrumentos y artilugios, mediante que en cuanto transcurre el alboroto ya ponen de nuevo en marcha, convenientemente acoplados a culturas y sistemas políticos o económicos de gobierno o desgobierno. No puedo evitar admirar la eficacia con que al parecer seguirán hasta el final de los tiempos acreditando eficacia para chuparnos la sangre, la vida y el humor.

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