viernes, 19 de septiembre de 2008

Mi querido amigo:

Hace tiempo que no sé de ti. Desde que me dijeron –tiene que ser mentira y yo no lo ví, seguro que aprovechan y me engañan- que habías muerto.

¡Pues claro que adivino que se trata de una de tus bromas! ¡Cómo te ibas a morir! Andarás, lo sé, en tus soledades, puede que enfrascado en filosofías o estudios en cualquier remoto lugar desconocido para el resto del mundo. Se me ocurre ahora mismo que podría ser uno de esos monasterios griegos que no he visto más que en los noticiarios a que hay que subir en un cesto tirado por una cuerda enrollada allá arriba, donde tú ya estás, en una polea.

Habrás dado la lata, para subir, y pedido toda clase de seguridades. Bueno eres tú para meterte así sin más ni más en lío como ése.

No he podido resistirme a escribirte, aunque no sea mas que para guardar luego la carta en un cajón, aquí, de la mesa del despacho, porque es que no conozco la dirección a que te la podría mandar, pero cuando un día, por Navidad o por san Timoteo vengas, te la enseñaré y te diré que ya ves que no me creí lo de la muerte. Sé yo que estás ahí, riéndote como un loco, que tú bien sabes lo hipocondríaco que yo era. Ahora ya no. La vieyera alivia mucho los miedos nocturnos y la hipocondría. Uno sabe que es poco probable que de la imaginación se baje una horrible bestia a morderle y que la enfermedad vendrá, sin posible cura, cualquier día, inexorable, y la calma, cuando llega esta época del vivir, es más fácil aceptarlo que cuando teníamos aquella juventud que era como una moza recién núbil, que a mí siempre se me parecen a las nubes esas blancas, algodonosas, recién hechas, ávidas del negror del agua que luego las va a henchir para que llueva y para entonces se vuelven locas de tronitonancias, y relámpagos.

Pasó como con padre, madre y el abuelo. Nos dijeron que habían muerto. La gente no puede soportar que sepamos que están vivos. Siempre que salgo de viaje procuro mirar con disimulo por si nos cruzamos, no romperles el anonimato que se han impuesto para seguir ahí, donde siempre estuvieron incluso cuando estábamos más lejos y más distraídos, a nuestro rollo, estudiando o perdiendo el tiempo, enamorándonos y desenamorándonos, que para eso está una juventud que se precie. Yo, cuando me preguntan me hago el distraído y sólo si me aprietan, confieso que sé que han ido temporalmente a pasar una temporada a Canadá, que es un sitio que me ha tentado siempre, como me pasa con Irlanda, Escocia y Venecia o el parador de Bayona, en la provincia de Pontevedra, al lado de Vigo, cerca de Portugal, que son mis lugares preferidos del mundo.

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