viernes, 12 de septiembre de 2008

Cuenta este autor, como tomado de otro que descubrió viejos documentos, y si no e vero, seguiría siendo ben trovato, que don Carlos, el emperador, y su amada esposa Isabel de Portugal hubieron su luna de miel en Granada y que allí se importaron dos “hermosuras”, dice el autor, cuales son el endecasílabo –Boscán los escribió, a instancia de Navagero, copiando de la literatura italiana- y el clavel, que se trajo de Persia a instancia del Emperador mismo, para plantar en medio de las singulares bellezas de la Alhambra, donde se refugió, dice González Ferrín, tanto el saber como la delicadeza, es decir, lo mejor de la cultura antigua, griega y romana, para trasladarla al Renacimiento de Europa, de donde deduzco yo el error de Cees Notebom, cuando asegura sin inmutarse que España no fue en realidad nunca parte de Europa, cuando asistió más que eficazmente a su recuperación de lo antiguo y colocación de los cimientos de la ilustración, base de la industrialización y de esa doble macrotécnica que nos ha traido, entre guerras y trompicones, a este peculiar e inestable equilibrio entre el acelerador de partículas y el evidente encogimiento del mundo, ahora tan al alcance de la mano que sabemos cuanto ocurre en las antípodas mientras está pasando. Uno se queda a veces al pie de la colina sobre que construyeron los castellanos o los árabes, vete a ver quién puso la primera piedra, la Mota del Marqués, se mira arriba, donde la torre del telégrafo y medita sin querer en el adelanto que supuso para aquellas gentes, nuestros ancestros, disponer de banderas, hogueras, espejos y altozanos para ir tartamudeando desde la costa hasta la corte las noticias llegadas a puertos y playas desde ultramar.

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