domingo, 21 de septiembre de 2008

Domingo y otoño, 21 de setiembre. San Mateo en Oviedo. Habrá habido ayer verbena y fuegos artificiales. Quedarán media docena de fiesta más, dispersas por las Asturias, hasta que con setiembre se de por oficialmente cerrado el verano y se ponga la gente a trabajar para cerrar el año de esta crisis de que todos los políticos y economistas del mundo sacan las manos, echan la culpa al vecino y se autoproclaman inocentes. Las crisis que mi experiencia recuerda se han debido siempre a la prisa por atajar y hacerse ricos de unos pocos con poder, conocimientos supuestamente privilegiados y mucha prisa, que la vida es corta y las aparentes necesidades crecen, junto con la ambición de poder, en progresión geométrica, a medida que crecen en progresión aritmética el poder y la ambición de cada sujeto individual o colectivo de los que son capaces de influir en la médula social, el sistema nervioso del grupo.

Hace un calor residual, lo que le quedaba al verano en la despensa, que ahora se ve obligado a gastarlo antes de irse y lo dispersa por entre la neblina otoñal, aprovechándose de que todavía el viento que ha de arrancar a los castaños su fruto no es más que un vagido de otoño en la cuna. Hace un calor espeso, húmedo, que huele, en lo más profundo de la parte intrincada del valle, por donde el regato en que el verano ha dejado el río baja entre madreselvas y escalas que cantan los mirlos, espinos y zarzamoras del tamaño de cerezas grandes, huele –decía-, a helechos podridos y aliento de dragones. En el fondo de cada lago de niebla otoñal, yace, dormido con el alba, un dragón que se ha pasado la noche velando el sueño de la hija del rey de los elfos, que va para hada elfina, cuando sea mayor y aprenda a volar como las libélulas contratadas por su padre para que le enseñen las artimañas del mundo feérico.

Me pregunto por qué la gente, así, considerada en general, sigue, como decía el filósofo, viendo lo mejor, comprendiendo que lo es, y, sin embargo, con Sancho Panza, justificándose con decir que lo mejor es enemigo de lo bueno, se inclina por la mediocridad, cuando más, y en multitud de ocasiones, por lo que ni a eso llega.

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