Camino, voy, del camino. Si te fijas, vamos siempre en busca del principio, la salida hacia el punto de partida del camino que nos corresponde hacer, y al final ocurre con frecuencia que lo recorremos sin darnos cuenta de que es éste, es decir, ya aquél, respecto de que no cabe rectificación, porque está hecho y me temo que proceda repetir lo de que nadie vuelve atrás.
Está volviendo el frío. Se agazapa, de mañana, a la vuelta de la esquina, salías de casa distraído, sin darme cuenta de que ya está el verano agonizando, y sale, disfrazado como un bufón, de vientecillo, que me hiela la espalda. Hay gotas inmaculadas, de rocío, sobre el hierro del portillo y las hojas de las plantas. Brillan como gritos histéricos de muchachas núbiles sorprendidas desnudas en el remanso, puede que Nausicaa y sus doncellas, que esperan a Odisea, como si esperasen a Becket, cuando se asoma, apartado la hojarasca con sus dedos de pianista el sol mañanero y las toca apenas.
¿Le da pena al sol disolver el rocío?
Hay un rapaz vestido de peregrino en la mesa de la cafetería que se asoma a la plazuela, está absorto en su ordenador portátil. Un funcionario municipal del cuerpo de barrenderos, especialista en chorros, riega la calle. Bajan, empujados por el agua, los restos de noticias y reliquias de ayer, entre burujos e inidentificables restos de día.
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