jueves, 11 de septiembre de 2008

¿Y qué hago yo aquí? –me pregunto- Integrar una mayoría de criterios, o dejar testimonio de que la mayoría no es unanimidad. En ambos casos, si formas parte de ese provisional colectivo que es siempre un jurado –lo sea ante un tribunal de justicia o para conceder alguna distinción a que optan, voluntariamente o por representación de los proponentes de su candidatura- te coloca, me coloca, ante dilemas que supondrían, para hacerlo bien, un detallado, minucioso, examen de circunstancias. Todo, en este mundo, del lado de acá del espejo, esta sobrecargado, desdibujado, distorsionado por las circunstancias. No se puede ser más que subjetivamente –subráyese el adverbio- justo. Miro desde mi punto de vista, según mi perspectiva, de acuerdo con unos criterios que dictan mis convicciones y principios, y aún así cabe dudar, de hecho se duda. Oyes, o te dirigen, comentarios, apuntes, acotaciones, hasta hay quien se atreve a aconsejarte y provocar tu consiguiente perplejidad. Vuelvo atrás: la justicia, según lo que acabo de decir, es también circunstancial, subjetiva, aparte el hecho en mi opinión incontrovertible de que no hay más justicia que la equitativa, es decir, la que se procura hacer de buena fe, tomando en consideración el caso concreto de que se trate y ajustando a él la interpretación de las normas aplicables. Una justicia para cada época, para cada cultura, para cada caso concreto, según el criterio de una persona con esta preparación, convencida de estos principios, capaz de ponerse en el lugar de aquel o aquellos a quienes se ha de corregir o de premiar con arreglo a unas normas de vida o a unas reglas de juego. Tiene que haber una vocación de juez, Tiene que ser agotador serlo, aceptar esa tremenda resposabilidad de premiar o castigar, corregir o desviar el curso de algo tan desmesurado e imprevisible como ha de ser la vida para ser convivencia y vida.

No hay comentarios: