domingo, 7 de septiembre de 2008

Muchas, una y otra vez, me he “apuntado” a casos y cosas, desde la política hasta un equipo de fútbol. He escrito en cuadernos para mí solo, en periódicos, en libros, ensayos, artículos, poesías, columnas. Jamás una obra de teatro ni una novela porque los personajes me intimidan, en cuanto los esbozo por ejemplo en un cuento, apenas una pincelada, dos o tres de sus facetas, nada más apuntadas. Me asustan esos personajes de ficción que nacen en la cabeza de uno, en la mía, en este caso, cobran vida propia y de repente te sorprenden pensando cosas distintas y hasta contradictorias con las que yo pienso, actuando como de un modo subconsciente yo podría actuar en contra de lo que me gusta suponer que debo hacer para guardar esa fidelidad a sí mismo en que consiste la conducta apropiada. Por eso no escribo nada que comprometa al personaje, le obligue a manifestarse, ser, de algún modo corporeizarse y enfrentárseme. Pero a lo que en este caso iba es a que una de esas ideas volanderas –que parecen, como el amor, eternas mientras duran- fue annlea, especie de vehículo de desarrapados y tal vez desahuciables de la literatura. Ya el nombre desenrollado y desarrollado lo dice: “aunque nadie nos lea”, o, lo que es lo mismo, desde otra perspectiva: “aunque nos lean”.

Curioso sitio.

Había aprendices, inseguros, moviéndose como esos niños que, recién aprendido andar, salen corriendo, agitan los brazos y se apoyan en cualquier mueble a su alcance o se caen sentados y lloran sintiéndose desgraciadísimos por el súbito batacazo; había gente madura que probaba los músculos y se precalentaba como los gimnastas o los atletas, y había otro grupo indefinible, de los que tras de muchos años dejaban unos retales de lo que había sido, pienso, mi vocación primera: escribir, contar, decir, aunque no me leyesen o aunque lo hicieran, todos esos mensajes que la vida, el aire, el viento, el fluir del agua, esta misma sensación de que estamos formando parte de un todo que incluye al grupo humano, a las bestias de cada bestiario, a los vegetales, que hay quien dice que escuchan y sienten y por eso se extreman en dar flor y fruto cuando con ellos se extrema el esmero y se prodiga el cuidado, a las mismas piedras cambiantes con el fuego abajo, impartiendo la energía que mueve y hace cambiar, moverse sin pausa ni tregua a todo el planeta vivo de que formamos como digo parte y cuando se escucha ese torrente de palabras, su melodía, el constante mudar de formas y colores, entiendo, he sentido siempre que hay que decirlo para que el sentir, la vida misma, no nos ahogue.

Hoy me dicen que se está renovando, de alguna manera, renaciendo. He de ir allá, aún a sabiendas de que nessuno torna indietro, nadie vuelve atrás. ¿O sí? ¿Quién sabe algo con seguridad? Dicen algunos que el Universo es elástico y se me ocurre la posibilidad de que hayamos sido una galaxia atrapada y absorbida por un agujero negro, a la salida del cual estarán confundidos el pasado y el futuro más remotos.

2 comentarios:

A N A D O U N I dijo...

Querido amigo, ¿todavía no sabes que la vida es repetición?

Pero no serán los mismos años que pasamos, ni sentiremos las mismas cosas. Ni nos contaremos lo mismo, ni sabremos hacerlo, probablemente.

Me conformaría con juntar a la misma gente.

Eso bastará.

Un abrazo.

bosco dijo...

La historia, evidentemente, se repite, pero es helicoidal, parece lo mismo, pero ocurre en otro espacio, otro tiempo, otras circunstancias concurren, y ya todo es sutilmente diferente y por eso no vuelve atrás nadie, por más que nos enfrasquemos en cada laberinto. Bosco