lunes, 8 de septiembre de 2008

Gobernar, y, si no se puede, manipular, ha sido la tentación de cada hombre, sumergido en la comunidad de los hombres, pero pugnando siempre por salir de ella y disponer de algún privilegio, desde la riqueza hasta la invisibilidad, una gran sabiduría o la más descomunal fuerza física o mental, el leit motiv se repite, de una u otra manera, lo importante es ser diferente entre parecidos, o, apurando, entre iguales, que desde luego no somos.

Leía hace poco la coincidencia de un autor, viejo amigo hace los muchos años que sin darse cuenta se nos acumulan desde que estuvimos con algunos amigos y conocidos, en que todos somos diferentes e indispensables, pero formamos parte de una comunidad que nos abarca y asimila, y por eso solemos diferenciarnos tan poco de los demás de la especie y carecemos de derecho a tratar de manipular a aquellos con quienes tenemos a colaborar recíprocamente para acercarnos a lo mejor para el conjunto.

No dudan, los iluminados, en prometernos lo que sea para que les obedezcamos camino del paraíso. Los más burdos lo hacen por el simple y sencillo fin elemental de tener más poder material; los más sutiles con la finalidad de que su nombre sea el que se escriba en la historia, sobre la pasta de papel hecha con las cenizas del olvido de los demás.

Cuando no puedes, es frecuente caer como yo mismo en este momento y escrito, en la tentación de considerar error y exceso de los demás lo que a ti mismo te gustaría hacer. Como si nadie pudiera, siendo lo que somos, salirse de la fila y mirar al paso de la caravana, como si fuese algo ajeno, y criticar, el comportamiento de éstos o de aquéllos, en realidad espejos más o menos deformados de nosotros mismos.

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