Ven –le digo-, tenemos la mañana,
recién nacida,
toda para nosotros.
El río, convertido
por su miedo a la noche, en un regato, canta,
ingenuo, su canción,
que acaba de inventar. Se abre el día,
floral,
oliendo a otoño.
Hay hiedra, madreselvas y cansancios
en el frío del aire, apenas hecho. Ven
-le digo-, iremos hasta la orilla misma de la mar,
donde mueren definitivamente las estrellamarinas,
la espuma de la olas
y el nácar
de las caracolas.
Ven, que este momento es toda nuestra vida,
nuestro universo mínimo.
Y salimos, el perro y yo, en busca
de un rayo de sol que se ha quedado
dormido
al pie de la ladera,
entre la hiedra, las moras maduras y un pájaro
de este año,
que está aprendiendo a volar.
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