En realidad, he de confesar, que se trata de mis digresiones. Por eso, advierto que para cualquier curioso lector, podrían ser poco interesantes, intrascendentes, banales y hasta aburridas. Entonces -me pregunto- ¿para qué las escribes? Aún no he hallado respuesta para esta pregunta.
domingo, 11 de abril de 2010
En la cafetería, me siento detrás de la puerta. Es domingo. La gente no tiene prisa y se advierte relajada. Aún gritan excitados los de la pandilla de copas de todos los domingos, allá, junto al mostrador, algunos gesticulantes, seguro que comentando que ayer el Barcelona le zurró la badana al Madrid, para satisfacción de media España y consternación de la otra media. Hace un tiempo revuelto, justo de su época, primaveral, con sol, nubarrones que se deslizan sobre el cielo predominantemente azul y viento frescacho del nordeste, que, en determinadas calles de mi pueblo, es una corriente de frío súbito, como un escalofrío. Desde mi rincón, se puede apreciar, si estás atento, el aire de domingo, apacible. En los pueblos, al pasar, casi todo el mundo se saluda, excepto los más jóvenes. Es curioso que la mayoría de los jóvenes pase sin mirar, como si fuesen absortos en un propósito urgente, incluso hoy, domingo. Pesa la bolsa de los periódicos, engordados de suplementos y fascículos. Cada vez más gente lee menos y se escribe más y casi siempre mejor, pero la mayoría nos conformamos, cuando el periódico viene preñado de digresiones, con echar una ojeada a las letras gordas de cada página y después seleccionar dos o tres artículos, comentarios, ensayos, columnas o colaboraciones. El resto del periódico, que leerá, supongo, alguien, en la mesa o en el pueblo de al lado o de más lejos, se queda para mí en papel huérfano, que, con algo de remordimiento, me parece a veces que tratara de llamar mi indiferente atención, pero yo ya estoy moliendo la lectura reciente, amasándola en el alfar de las neuronas, disintiendo o no, cuando me interrumpe alguien, amigo de siempre, hombre o mujer y reanudamos la vieja conversación. Los amigos no inician conversaciones nuevas, sino que reanudan una, la de siempre, que dura lo que la amistad y está hecha de retazos que se enlazan o se interrumpen, suben y bajan, tejen la trama y la urdimbre de la amistad, ese tejido tan frágil, pero, cuando es de buena calidad, tan resistente.
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