Ayer, día del señor san Jorge, del dragón y del libro, del regalo del libro y la flor, de la disertación del Premio Cervantes de cada año, de sacar a la calle los mostradores de las librerías, mira por donde, yo que debo comprar alrededor de doscientos cincuenta libros al año, no compré ninguno. Contribuí a regalarlos, me regalaron varios, hice el panegírico de los libros, solo que el día antes. Anduve por entre libros y libreros. Lamenté el fallecimiento de don Manuel, Manuel Fernández Alvarez, catedrático asturiano, emérito de Salamanca, historiador capaz de sorprender contando la historia con tan singular maestría, habilidad y gracejo, que la lectura, a mí por lo menos, me apasionaba más que un relato de ficción. Don Manuel era un hombre afable, por añadidura. Un día lo conocí, charlamos y quedamos en escribirnos, pero ya sabéis, una cosa son los buenos propósitos y otra lo que en realidad se hace. Como último recuerdo, nos deja una historia de España a que subtitula biografía de una nación. Joseph Pérez y Manuel Fernández son mis dos maestros preferidos, para tratar de hacerme una idea de la tremenda historia de España. Los leo alternativamente y de vez en cuando alivio la atención con un repaso de dos libros de Sánchez Dragó, la historia aquella de Gárgoris y Habidis y aquel otro que dice que se reconoce a los españoles por su hábito de hablar mal de España.
Asomar, por otra parte, la cabeza a la realidad de lo que está pasando, me parece una temeridad. Desde la tele, con esos vergonzantes programas de verduleros y verduleras echándose en cara las respectivas vergüenzas de sus impúdicas conductas hasta el revoltijo económico-político-judicial que evidencia la situación crítica por la que la sociedad atraviesa, el panorama recuerda ese tríptico del Bosco que tanto admiro por contener ya en su tiempo y a la vez que probablemente el retrato de la sociedad de su tiempo y su pasado, llegó a asomarse sin duda a este entonces futuro que ahora estamos viviendo con asustada sorpresa, ribeteada de horror e inquietud.
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