jueves, 15 de abril de 2010

Colaboro a inaugurar una exposición de pintura de Sanjurjo, ensimismado como siempre en su particular batalla con la morfología del color y de su ausencia, que libra con extraordinario denuedo a partir de su descubrimiento de que materia y sus características siguen existiendo, tras del catastrófico siglo XX, de todas nuestras esperanzas fallidas, y, como consecuencia, de nuestra colosal desesperanza, casi empacho de escepticismo. Es, Sanjurjo, dolorosamente esperanzador. Se sufre con él, ante esos monumentales cuadros, de gran tamaño, que exhibe en el Círculo de Bellas Artes, de la capital. Hay, en cada generación, un grupo de privilegiados, que han de pagar con esfuerzo parecido al de este pintor su capacidad de experimentar ante la memoria, que es el material de que está hecho el futuro, cuando la vida se le incorpora, el futuro, sensaciones únicamente posibles cuando se esté dotado de la especial sensibilidad que tienen las invisibles antenas de los artistas de todo tipo. En sus obras, reflejan la dolorosa evolución de su espíritu, herido por los coletazos y dentelladas de la evolución vital de la energía de vivir y las mutaciones que provoca en el hombre como individuo y como especie. Cada ismo no es más que la manifestación que hace cada uno de estos privilegiados, que nos está contemplando como vamos a ser o como ya estamos siendo por debajo del enmascaramiento cultural de cada época. En estos cuadros sangran o tiemblan, al lado mismo de la vorágine de la materia oscura, la forma y la materia de que estará hecho o como se proyecta el futuro, en el lindero mismo entre su duda y la realidad. He visto a la gente, de variadas edades, quedarse sobrecogidos. El autor paseaba entre su obra, tratando también de entender.

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