Leen, dicen, por entre las estrellas, siguiendo el rastro que pintan las telarañas del cielo allá en lo más hondo de cada paisaje vertical. Que habrá, digo yo, trazos y señales que permitan a los astrólogos hacer sus cartas, los mapas y los cartapacios de los augurios.
Lleva, el hombre, siglos, persiguiendo la trasmutación en oro, la cuadratura del círculo, el viaje en el tiempo, la telepatía, pero es posible que, sobre todo, el augurio certero, la previsión segura de lo que va a pasar mañana y pasado.
Como si eso fuera importante o concebible una humanidad telépata, que menos mal que en seguida inventaríamos un modo más o menos sutil de esconder el pensamiento real, enmarañarlo, engañar, porque si no, ¿cómo evitar morir traspasados por la verdad pura y como un florete, aguda, inexorable?
Lo pienso ahora que nos engañan tanto y nos cuentan el cuento del futuro controlado o que dentro de no sé cuánto, se acabará el mundo. Un mundo que en realidad desaparece todos los días para millones de personas que pasan al otro lado y ésas se supone que sí que saben cuanto nos concierne.
Me gusta pasear por las provisionales calles de los mercadillos en que infinidad de manos modelan pequeñeces apenas valorables, restos de ediciones y de compras masivas de pretenciosos comerciantes que luego malvenden los restos para hacer sitio a la moda su señora y la de los clientes recién enriquecidos. Quisicosas pensadas para prevenir los gustos pasajeros, están sobre los puestos como mercancía apilada por los raqueros en la playa después del naufragio, como conchas al hilo del límite de la marea, como pensamientos semiolvidados de que encuentras un día el apunte en una vieja libreta.
Voy siguiendo el laberinto de los olores, los colores, los flecos y los harapos. Compro una bola y una caja de madera, una bolsa que huele a piel recién curada y un cascabel de latón con tres escrupulillos. Llueve apenas, lo bastante para que el hermano mayor detenga el paso a la puerta de la parroquial para preservar los bordados de hilo de oro y que llore, denunciada por la luz, casi lunar de su vela, una moza tan bella que provoca un suspiro estremecido.
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